Me agobio y quiero escapar, aunque solo sea un
poco, de las continuas peleas, de los enfados sin sentido ni rumbo, que acaban
por naufragar en el colchón haciendo que no nos demos otra cosa que no sea la
espalda. Pensando, tú, en la manera de darte la vuelta y susurrarme al oído
alguna de tus monerías, yo, en la forma de levantarme, vestirme e irme
dando un portazo que suene a
una despedida que no se me ocurre cómo
pronunciar. Pero pensando cada uno en su plan terminamos por caer rendidos en
manos de Morfeo y no decirnos palabra hasta el día siguiente en el desayuno,
para que me pases la mermelada.