jueves, 16 de mayo de 2013

Odio los días de lluvia, saben.


Los odio porque la sociedad les ha dado el papel de nostálgicos y, no se crean, lo representan muy bien, te empapan de recuerdos, tristeza y, claro está, nostalgia.
Y recuerdo. Y entonces, en mi también se hace la lluvia. Recuerdo mi infancia y, dios, como moja. No me malinterpreten, no es que fuera mala o que tenga un pasado duro, no me fue mal, el problema es el ahora.
De recordar lo que no me gusta es el presente, paradójico ¿no? Déjenme que me explique.
Una vez leí que el miedo es temporal, que solo tienes miedo del pasado o del futuro. Es simple, del pasado temes que se repita algo malo o desagradable, y el futuro igual, solo que se suma la incertidumbre, el temor a lo desconocido.
Bueno, pues a lo que yo tengo miedo es a mi yo del pasado. A mi yo del pasado en el ahora (ahí entra en juego la temporalidad) y que vea en lo que me he convertido, en lo que se ha convertido, y se defraude.
Claramente, sé que es imposible, sé que mi yo del pasado nunca podrá presentarse en la actualidad, y derrumbarse al ver lo que la vida le depara, o lo que si mismo va a provocar que le depare. Pero, llámenme romántico, sigo creyendo en aquello de que si Peter Pan y el niño interior. Así que cuando recuerdo me da por pensar en él, y le veo abatido en un rincón de mi, náufrago entre lágrimas que lo que en realidad son, es cada uno de los sueños incumplidos que se han ido evaporando formando así nubes, acabando en tormenta, en lluvia, nostálgica, como esos días de los que hablo.

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